AnoChE SoÑé QuE....

martes, 27 de noviembre de 2007


Tuve una semana larga, un día especial, una noche de luna llena y un sueño que adornó raramente ese escenario.
Fondo oscuro. Una especie de bar de paredes maltratadas, parecía estar cerrado.
Había 4 o 5 hombres rodeándome, hablando todos al mismo tiempo; el desconcierto de no saber como diablos había llegado ahí me impedía escucharlos y entenderlos completamente. Finalmente, uno de ellos calló al resto, parecía ser el jefe, sin titubear me dijo:
“Tienes que hacerlo, ha sido vendida”
No entendí el sentido de aquella frase, ¿Quién había sido vendida? Y ¿Qué era lo que yo debía hacer al respecto? No pasó mucho tiempo antes de que mis dudas se disiparan, uno de los hombres salió de mi vista y cuando regresó traía consigo a una niña. No debía tener más de 5 o 6 años, tenía la mirada llena de miedo y la cara sucia, mojada en lágrimas.
El hombre me entregó a la niña, quien inmediatamente se abrazó a mí como quien se toma de un pedazo de madera para evitar ahogarse. Me armé de valor y pedí a uno de los hombres que me repitiera lo que yo debía hacer; con un gesto de desaprobación e incomodidad me contestó: “Vestirla, ¿Qué no entiendes que ha sido vendida?”. Acto seguido de estas palabras me llevó –con la niña aún pegada a mí- por un corredor oscuro hasta una puerta, la abrió y me indicó que entrara, obedecí sin pensarlo mucho. “Ahí hay jabón para que la laves y sus nuevos dueños no le vean esa cara sucia”, me dijo, “Toca tres veces la puerta cuando esté lista, yo abriré de nuevo cuando eso pase”, dicho esto cerró la puerta, lo último que logré escuchar de ese hombre fue el movimiento de las llaves por fuera y sus pasos alejándose de la puerta.
Nos habíamos quedado a oscuras completamente, a tientas busqué un apagador, cuando por fin encontré uno, este encendió un foco de luz pálida. Me acerqué al un lavabo y le indiqué a la niña que se acercara también; con mirada temerosa pero pasos seguros me obedeció. Tomé una toalla, la humedecí y fui limpiando poco a poco con ella el rostro de la niña. Ella se mostraba tranquila, como si conociera en desenlace al que nos llevaría todo esto. Con la misma delicadeza limpié sus brazos, queriendo regalarle con cada roce una caricia que la tranquilizara.
Una vez que terminé la limpieza de la niña la acerqué a la luz para verla bien, el resultado me asombró, no porque mi limpieza hubiera sido muy mala o muy buena sino porque el rostro de la niña me recordó mi propia infancia; cualquiera que me conociera hubiera jurado que era yo unos 17 años atrás, sus ojos tenían la misma mirada, su rostro escondía la misma sonrisa, los mismos gestos…
Levanté la mirada, sin darme cuenta me había empezado a encariñar con una personita por el simple hecho de recordarme a mí en la infancia. Di un recorrido rápido con la vista al lugar, era increíblemente grande, lleno de pasillos con ropa y zapatos de todos los tipos y tallas.
Me acerqué a uno de los pasillos y me di cuenta que había una pequeña lámpara, me alegré de no tener que recorrer los pasillos en total oscuridad, le indiqué a la niña que se acercara a mi y comencé a recorrer el primer pasillo. Este estaba lleno de ropa digna de un parvulario, no pasaba de la talla 6; dado que no encontré algo que le quedara a la niña pasé a l siguiente pasillo.
El pasillo siguiente parecía ser el indicado, las tallas eran ideales para la niña así que comencé la búsqueda de la mejor vestimenta, mientras tanto la niña jugaba escondiéndose entre los aparadores llenos de ganchos con ropa. Había vestidos en todos los colores, las telas brillaban a pesar de la poca luz que lograba tocarlas; zapatos en modelos varios e incluso ropa de interior de tela suave. Costaba trabajo elegir entre tantas cosas lindas. Finalmente elegí un vestido, unas mallas, ropa interior y zapatos, todo de una belleza inigualable; antes de llamar a la niña para vestirla pensé: ¿Para que fines habían vendido a una niña de esa edad?, ¿La llevarían a vivir a otro lugar con padres amorosos?, ¿Abusarían de ella?... durante algunos minutos pensé en dejar las ropas lindas y escoger algo más sencillo. No pasó mucho tiempo antes de que la niña regresara, sorprendiéndome no solo por haber llegado en medio de mis reflexiones sino porque repentinamente había crecido, no era más la niña de 5 o 6 años con la que había entrado amarrada a mi pierna, ahora se veía más alta, de no menos de 9 años, o quizás 10.
Dejé la ropa escogida a un lado, obviamente nada de eso le iba a quedar ahora, seguí al siguiente pasillo, oscilando entre la felicidad y el desconcierto que me ocasionaba lo que acababa de ocurrir.
Ya en el pasillo siguiente el proceso fue el mismo, escoger de entre ropas finas y zapatos delicados. Sin embargo, volvió a suceder lo mismo un par de veces, yo dudaba de entregar a alguien envuelto en tanta belleza y la niña de repente se aparecía crecida ya. Conforme avanzaba en los pasillos la ropa iba siendo más de mujer que de niña, la última vez que la niña había crecido tendría ya 18 años, seguía pareciéndose a mi, más conforme crecía; ahora ella misma había entrado al pasillo a escoger sus ropas, yo me había quedado casi al inicio del pasillo, entreteniéndome en los aparadores imaginándome metida en aquellas ropas finas. El tiempo pasaba y la niña no salía de el pasillo, me adentré en él un poco con la intención de buscarla y otro poco con la idea de probarme un vestido que me había encantado. Cuando terminé de cambiarme le grité para que saliera de donde estuviera y me viera envuelta en aquel vestido, nos habíamos hecho buenas amigas en el poco tiempo que llevábamos en aquel lugar; ella perecía no dar respuesta así que salí del pasillo con la intención de buscarla en los otros pasillos.
No tuve que buscar bastante, en cuanto salí del pasillo la encontré, ahora no era solo parecida a mi sino idéntica, incluso estaba vestida con un vestido igual al que yo me había puesto. Al verme me regaló una sonrisa de complicidad, me abrazó y me deseó buena suerte; no entendí la intención de la frase. En cuanto nos separamos del abrazo no la pude ver, parecía haberse desvanecido y ahora me encontraba sola en aquel lugar.
Repentinamente oí que tocaban a la puerta, una voz preguntó severa: “¿Está lista?, ya llegó su dueño”, era la misma voz del hombre que nos había encerrado. El miedo se apoderó de mi ¿Qué me harían al ver que ya no estaba la niña?, ¿Habría sido esta su intención desde el principio, era yo a quien habían vendido?, ¿Qué me harían al salir de aquel cuarto?... no quise averiguarlo y me solté a llorar llena de angustia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me recuerda a un sueño que tuve. Tu relato o sueño si lo fue, resulta estremecedor, con una especie de irónica angustia ambiental que se respira conforme lo cuentas, y estalla precisamente en el momento en que te pones el vestido y ella dice "buena suerte".

CoUnTinG


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